El libro digital obligará a repensar los fundamentos del negocio, también en el còmic.
Que los defensores del libro de papel estemos
convencidos de que no es posible conseguir sus mismos efectos con el formato electrónico no significa que el libro digital no sea una realidad mucho más próxima de lo que queremos admitir. La digitalización del mundo editorial viene de muy lejos, y a través de internet todos empleamos libros digitales (en PDF, por ejemplo) desde hace años. Que nosotros no acabemos de
sintonizar con la idea de leer en un
e-book, en un iPod o en el móvil no significa que la lectura en pantalla no gane adeptos cada minuto: para muchos chavales ya es tan normal, actualmente, leer en un aparato como en papel.
El futuro del libro es digital, mal que nos pese, y aunque no sabemos cuánto tiempo convivirán el papel y la pantalla, o si lo harán para siempre, el caso es que el porcentaje de edición electrónica no va a dejar de subir exponencialmente. Y resulta que eso tiene muchos aspectos positivos: siempre pensamos en nuestros libros favoritos, pero no en la ingente cantidad de informes empresariales, guías comerciales y manuales técnicos en continua actualización que dejarán de significar árboles cortados, carburante quemado en el transporte y, con suerte, energía gastada en su reciclaje.
El futuro que no se puede esquivar
Que los libros ilustrados y los cómics vayan a ser de los últimos en verse afectados de forma seria por este futuro imparable no es óbice para comenzar a pensar en cómo va a ser el negocio dentro de nada. Aunque las editoriales buscan solución en las protecciones informáticas (mediante los DRM o por el acceso al libro solo en la red), lo cierto es que no está claro que no vaya a haber quien logre superar los impedimentos y hacer copias fuera de esa protección. Mientras al mundo de la música le
quedan los conciertos y al mundo del cine la gran pantalla, al del libro no le va a quedar forma de financiación si sus creaciones son fácilmente conseguibles de modo gratuito a través de la red. Cuando el público no vea diferencia notable entre leer en pantalla y hacerlo en papel, y ese día va a llegar antes o después, el modo de subsistencia de muchos creadores (y de muchos profesionales que hacen que esa creación luzca al máximo: diseñadores, correctores..., libreros) va a quedar seriamente tocado.
No se trata, creo yo, de dar marcha atrás en las ventajas que trajeron consigo los medios digitales. Incluso el intercambio
peer-to-peer tiene beneficios claros también para la industria —muchas personas se bajan los archivos, pero después compran los discos o las películas, sea para sí mismos o para regalar—, pero esta onda de
gratuidad sobrevenida está implicando una peligrosa tendencia a la desvalorización de la creación en el imaginario colectivo. Si, desde cierta visión anarquizante que comienza a dominar la opinión pública, la cultura debe ser gratuita, la reducción al absurdo de esta teoría implica que sus creadores deben ser
amateurs, pero resulta que no toda creación puede hacerse como complemento de otro trabajo no artístico que ocupe la mayor parte de la jornada.
Puede decirse que las grandes multinacionales se lo tienen bien merecido por sus políticas de uso y abuso, y probablemente se tenga toda la razón, pero la triste realidad es que los que verdaderamente van a sufrir todo esto son las pequeñas editoriales y los autores que estén en ellas (la autoedición tampoco resuelve este problema). Parte de la solución pasa por una revalorización social de lo creativo, y quizás por la instauración de un modo de pensar que funciona en la cultura nórdica pero que aquí no cuaja: «tienes mi producto gratuitamente, pero te agradezco tu contribución voluntaria». Mientras no se tenga claro que un autor
trabaja en su obra (en el sentido más duro de la expresión: le cuesta, pasa malos momentos), su producto no valdrá más que un impuesto incomprendido que procuraremos
saltarnos siempre que podamos.
Links:
Los DRM en la Wikipedia
Más sobre la valoración social del autor («Entre as viñetas») [A continuación, texto traducido también de esta columna]
Firmas
Henrique Torreiro